La cueva de la locura (post de relaciones)

En aquél modesto teatro de New York, los espectadores podían presenciar un curioso efecto que se daba en un palco en particular, exactamente el palco Nº 5.
Este palco, siempre vacío o reservado, tenía una leyenda, que involucraba a un fantasma que se sentaba todas las noches a ver la función desde allí. Nadie lo veía, pero cualquiera que le preguntase algo, o que entrase en su palco, recibía una contestación del tipo:
- Sí, caballero, aunque este palco está vacío el suyo está igual de cómodo. Y ahora, ¡FUERA!

-Son las ocho y diez minutos. Me temo que aún falta media hora para que la obra que tan poco le gusta acabe, madame.

Siempre salía de un punto al lado del espectador, cuando aquí no había nadie.

Además, por los pasillos se oían palabras y voces hasta cuando no había nadie, incluso se había corrido la voz de que había habido suicidios misteriosos de ahorcados donde la cuerda había desparecido, de que había fantasmas en los espejos, y muchas cosas más que sólo podrían ser atribuidas a un Nuevo Fantasma de la Opera. Sin embargo, el director de ésta no se amilanaba, y cumplía todo lo que el fantasma le exigía: Dejar libre el palco Nº 5 y al fin de cada mes dejar en él un sobre con 500$. Era un precio modesto por los beneficios. Los incidentes de dicho fantasma no se excedían y se había convertido en una verdadera atracción para los visitantes, que pagaban una entrada en un palco contiguo al 5 para poder oir los inexplicables fenómenos del extraño ser.

Bueno, o no tan extraño. Porque ese Nuevo Fantasma de la Opera era yo. Kithas T. Godall, magnífico ventrílocuo, marionetista y mago, que a la vez que divertirse un par de horas al día, conseguía una ínfima parte de sus ingresos por la cara. Mejor dicho, por la voz. Yo manejaba a mis anchas el palacio de la Opera, construido por mi compañía, y como tal, lleno de ladrillos falsos, huecos ocultos y pasadizos secretos que hacían que pudiera pasar por toda la Opera sin que nadie me viera ni me oyera. O podía hacer que me oyeran todos.

Aquél día había sido divertido. Habían contratado una actriz que no era de mi agrado, y por lo tanto, cada vez que abría la boca, de ella salía un sonido malsonante. Obviamente era un efecto que yo creaba con la voz, parte de la ventriloquia, pero tanto ella como el público se habían quedado tan afectados que a los cinco minutos había desistido y había salido la misma de siempre.
Era fantástico poder emular al fantasma de la ópera. El de Leroux.

Ya era de noche, y tanto Kagumore como yo estábamos donde siempre, en uno de los infinitos pasadizos sobre la cocina, con una placa del techo levantada, y espiando a los cocineros y demás, hablando de mi extraña forma de ser, de que me encantaba confundirles y de qué se yo cosas más. Sonreí sardónicamente, y desde al lado de uno de ellos (transportando mi voz, el truco del que hablé antes) dije un comentario. Éste se volvió, y al no ver a nadie, armó un revuelo muy divertido. Juzgué que ya era hora de acabar aquello, y que mi cuerpo ya podía descansar a gusto. Volví a mi dormitorio por la misma ruta, y me conecté al casco de GodaNet. Ahí sólo la mente trabajaba, así que el cuerpo descansaba. Aún así, sólo estaría un rato... También tenía que dormir de verdad.

La guadaña:

El traje (sin la máscara)

Nivel de poder: 1
Puntos para el siguiente nivel:
Poder especial: Digitalización: Manipulación de la información en GodaNet. Este poder suele mostrarse como una masa de ceros y unos con propiedades cambiantes, pero tiene muchas más aplicaciones.
Derivadas:
Arma digital: Crea un arma cualquiera a partir de datos, dándole la consistencia de un arma de verdad.
Característica personalizada Programador: [Tecnología avanzada + Observación] Iniciado
Características: Sigilo [iniciado]
Ataque a distancia [iniciado]
Característica innata: Impacto [Iniciado]

Característica personalizada Espectral: [poder mental + ataque a distancia]. [iniciado]
Características: Observación [iniciado]
Impacto [iniciado]
Característica innata:
Sigilo [iniciado]